miércoles, 7 de abril de 2010

A la hora de comer

A mediodía, el pueblo está tranquilo, se oyen los pájaros, y luce el sol en los jardines. Se ven unas mamás con niños y compras, viejitos en los bancos, componiendo el paisaje rural caracterizado por casas caladas salpicadas de geranios floridos. Las lagartijas se calientan en los muros de piedra que separan las huertas, mientras algún perro callejero merodea buscando una sombra o el frescor a la orilla de una acequia.

En el interior de mi casa, el azulejo absorbe el calor y deshace el frío acumulado durante el invierno. Y pienso, mientras adapto las pupilas al lado no soleado de mi hogar, qué bien se está en esta casa, en esta calle, en este pueblo.

Y me da pereza irme a trabajar. Tras tender la ropa en la ventana, me quedo unos minutos observando los patos y el patio de naranjos. Quiero que esos momentos de luminosidad pacífica y pintoresca me queden en la retina para siempre, como un regalo. Bendita primavera.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Jo, destilas sensibilidad por los poros...

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