jueves, 24 de junio de 2010

El tren


Durante años denominé el Tren de la Muerte a
l ferrocarril que unía mis dos mundos: el Aquí y el Allí. De Lisboa a París, parando en más de 30 estaciones, este tren circula desde 1887.

Todavía me acuerdo, si no de la primera, de las primeras veces que viajé en él. Me parecía un lugar inhóspito, peligroso, hediondo, rancio y prehistórico.
En mis múltiples viajes desde 2002 he ido encontrando entre sus pasajeros a todo tipo de personajes de novela.

Recuerdo emigrantes simpáticos, paupérrimos y malolientes, con maletas rasgadas atiborradas de mantas, en especial a un señor de edad que se quitaba de vez en cuando los zapatos para masajearse los callos hinchados. Encontré grupos de estudiantes erasmus que se fumaban unos porrillos en los pasillos, y hablaban a gritos en esa mezcla indefinida de idiomas de quien se quiere hacer entender a toda costa; y visitantes extranjeros de países ricos que se adentraban en las profundidades del expresso
como que sumergiéndose en una novela del siglo XV o en una tribu perdida del amazonas, con un espíritu antropológico y descubridor en una era de comodidades.

Encontré familias enteras, con varios bebés, que se disponían a cenar en el vagón, desplegando todo tipo de papillas y viandas. Me senté junto a una solterona francesa muy digna y elegante, asidua y apreciadora de la línea en cuestión, de muy amena conversación. Recuerdo a unas australianas en chancletas y poca ropa, que devoraban novelas de ciencia ficción y miraban de soslayo al alcohólico de turno, que a su vez las observaba con curiosidad y ojitos dulces y vidriosos, e intentaba conversar con ellas entre cada lata de cerveza y el eructo correspondiente.

Recuerdo al drogadicto esnifando en una esquina junto a las puertas de salida, y a la pareja de ancianos que, por tenérselo todo dicho, apenas intercambiaron unas palabras en todo el viaje, acerca de las estaciones y la temperatura en las sierras. Y el brasileño que, tras varias horas de cháchara y explicaciones sobre sus negocios de importación ilegal, se despidió de mí con mil bendiciones e invitaciones a su casa en la costa del estado de Pernambuco - aún guardo su tarjeta de letras góticas y relucientes.

Es difícil
llevar a la nena a hacer pipí, como hacía aquella madre aparentemente soltera, sin dejar de vigilar las maletas, sin soltar el bolso, intentando que la pequeña no se ensuciase los bajos del vestidito con la sospechosa mezcla acuosa en el suelo del servicio.

También recuerdo una noche con el tacón de aguja de una chiquita clavado en mi muslo derecho. Estaba ella durmiendo a pierna suelta, tumbada con el novio en un asiento, cuando yo entré. Por más frenazos que el tren diese aquella noche no hubo manera de despertarlos. Cuando mucho el novio cambiaba la mano que posaba sobre un pecho de la joven, y el tacón de aguja me torturó hasta bien entrada la madrugada...

Una vez me llevé el susto de mi vida, cuando el cristal de la ventana se resquebrajó y se deshizo en polvo, al ser atravesado violentamente por una piedra del tamaño de un puño. «Algún gracioso que no tiene nada más que hacer a medianoche», justificó el revisor, que aseguró haber vivido experiencias similares. Tras sacudirme los restos de la ropa y el susto del cuerpo, fui dirigida a otro compartimento, bajo la mirada atenta de todo el pasillo. A los cinco minutos parecía que no hubiera pasado nada.

Aunque el SurExpress parece un retroceso en el tiempo, un agujero negro en el mundo globalizado, es a mi parecer una experiencia sociológica interesantísima. Unas horas en él nos muestran claramente la condición del ser humano: por encima de riquezas y pobrezas, amores y desamores, fortunas o fracasos, todos atravesamos la vida
en el espacio tridimensional del planeta tierra, condicionados por nuestras necesidades (dormir, comer, desechar, socializar y escapar del tedio) y por el inexorable avanzar del tiempo.

Por incómodo que sea, dejaré de llamarlo el Tren de la Muerte, y pasaré a llamarlo el Tren de la Vida (al fin y al cabo esas dos van siempre daditas de la mano).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

adorei :)

Marta dijo...

Agora mudaram modernizaram as carruagens... hoje à tarde vou ver como é que ficou.
Ainda bem que gostaste! :)

Indefinida e indefinible dijo...

Me ha encantado el post. Enhorabuena :)
Yo también experimenté el Tren de la Muerte en mis carnes, acompañada por una (o varias) familias de entrañables baratas... Bueno, son aventuras que contar, que siempre le dan juguito a las conversaciones en/ sobre los viajes.
¡Buen viaje!

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